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Coyote. Un audiorelato de Dito Ferrer
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Coyote. Un audiorelato de Dito Ferrer

En la frontera solo existe la ley del más fuerte. ¡Cuidado! A veces puedes encontrar a un coyote bajo la piel de una oveja.

Pasamos la noche a la intemperie, esperando a los coyotes.

Dos hombres, dos mujeres, dos niños y yo. Cada quien cargando en su mochila lo que sus fuerzas les permitía llevar, incluso los pequeños. Uno de ellos no ha parado de llorar mientras su madre lo intenta calmar dándole de beber agua constantemente.

Ahora recuerdo que no es su madre, es su hermana.

La otra criatura es una niña que, acurrucada contra una mata de espino, permanece inmóvil. La señora que la cuida husmea en su equipaje, a cada rato encuentra algo que considera de valor, y se lo queda.

Los dos hombres discuten en voz baja, el más viejo tose sin control. El menor, de rostro pecoso, niega repetidas veces con la cabeza mientras cuenta dinero.

Ayer nos separamos del grupo principal, el viejo alegó que así no podíamos cruzar, demasiados enfermos y débiles. Le expliqué que eso es lo que pasa cuando llevas más de cuatro meses de caravana a través de varios países, usualmente te enfermas, o te mueres.

El viejo me respondió que los cruces se hacen mejor si el grupo es más pequeño. Tenía toda la lógica del mundo así que no añadí nada más al respecto. Decidieron llevarme con ellos, visto ropa de marca, deben pensar que tengo bastante dinero.

No los he intentado convencer de lo contrario.

Parece que la discusión acabó porque el pecoso se acerca a mí y me encara. Dice que hace falta más plata. Respondo educadamente, siempre lo hago. Insatisfecho por mi negativa, intenta revisar en mis cosas, soy más alto y fuerte así que no tengo problemas para repelerlo.

Los niños se asustan y una de las mujeres pega un grito.

El viejo intenta llamar a la calma pero el tipo está fuera de control. Se abalanza sobre mí, pero esta vez con los puños en alto. No disfruto particularmente con la violencia, solo hago lo necesario para sobrevivir. Así que desvío su ataque y con un movimiento calculado golpeo su estómago.

El pecoso cae de rodillas, con las manos en el abdomen y la boca bien abierta. No imprimí mucha fuerza al golpe así que me sorprende un poco su reacción. Me acerco a él mientras lo escucho respirar con dificultad. Me mira con los ojos encendidos, pero debe ser por el dolor.

Intenta incorporarse mientras hace la finta de meterse la mano en el bolsillo trasero, conozco el truco. Doy un gran paso hacia él y le pego una certera patada en la pantorrilla, espero que se balancee hacia adelante y le propino otro golpe a la altura de la mandíbula, da una voltereta sobre sí mismo que se me antoja teatral y cae al suelo.

Ambas mujeres gritan esta vez y el viejo se interpone en mi camino abanicando con las manos. Pero tengo que dejar las cosas claras, no puedo arriesgarme a que se repita.

Aparto al anciano de un empujón y levanto al caído del suelo. El labio inferior le sangra y se hizo un rasponazo en el costado del rostro con la caída. Tan cerca lo tengo que recién advierto lo joven que es, es casi un niño. No debe ser fácil para un adolescente aventurarse en estas empresas

Le pido el dinero con educación, como es mi costumbre. Pero me ofende, mientras intenta que le suelte la solapa. Le cruzo la cara con dos bofetadas, la segunda se la doy con el reverso de la mano y le abro el labio superior. Empieza a llorar.

De repente la noche va quedando en silencio, solo se escucha el patético gimoteo del muchacho mientras me pasa el fajo.

Lo dejo libre y se derrumba sobre mis pies, estremeciéndose. Le doy la espalda para que se recupere y se trague el orgullo herido. Los otros me miran como si del diablo se tratase.

Ya estoy acostumbrado, a lo largo de mi vida me ha sucedido muchas veces. Cada vez que he golpeado, violado y asesinado, las personas me dirigen esa mirada. En mi defensa podría alegar que solo lo he hecho cuando ha sido totalmente necesario, pero sería difícil establecer un punto alrededor de eso.

Diviso en la distancia las luces de un automóvil que se acerca. Son los coyotes.

Somos siete pero tendría más sentido hacer el cruce con un grupo más pequeño. Así que pienso en los niños, ellos podrían venir conmigo. En cuanto a los débiles y enfermos...

Ya decidí.

Guardo el fajo en el bolsillo del pantalón y saco la pieza que tengo disimulada bajo el abrigo.

Pistola en mano, dudo. ¿Será esto absolutamente necesario?

Respondo afirmativamente.


PD: La música de ambientación se titula: Agrabah, la travesía del Genio y es de mi autoría.

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