Y prometió no olvidar. Relato de ficción.
Se despidió de él en el lenguaje de las señas como acostumbraban a decirse las cosas importantes.
Solo les permitieron hablar 7 minutos con 35 segundos.
Entonces el guardia colgó el teléfono. Ella intentó protestar, armar un pequeño show, llevaba al bebé en brazos. Era abuso de poder e intimidación, ¿quién sabe qué más?
Pero aquello era la cárcel de Sing Sing, la moderna. Allí a nadie le importaban esas cosas.
Tras el cristal su marido le habló en señas para que lo dejara. Así le decía las cosas importantes. Así la enamoró. Así le pidió matrimonio. Esta vez, el mensaje era claro y directo:
"No hagas una escena, ya nos vimos. Ahora no vengas más".
El bebé se asustó con tanto jaleo y empezó a llorar. Todos se voltearon a ver. Caras cansadas, empáticas, irritadas. El guardia también miró y durante un segundo sus ojos se volvieron amables.
"¿Qué le pasa, por qué llora?", parecían preguntar.
Pero a los oficiales allí les pagaban para que se comportaran como monstruos.
La separó de la mesa y la obligó a avanzar hacia la salida. Ella caminó, intimidada, pero se volteó tras unos pasos para ver el momento en que su esposo atravesaba una puerta. Se miraron. Vio dolor y una despedida. Tenía razón, esa sería la última vez.
Afuera el aire húmedo de junio le revolvió el pelo y la hizo estornudar. Cubrió al niño con la manta. Recorrió con la vista más allá de las vallas y los alambrados. La cárcel de Sing Sing era un peñazco sobre una isla rodeada de mar. Y era hermosa.
Un imponente edificio que se alzaba sobre piedras y arrecifres, a más de 20 metros de altura. Otrora había sido no más que un montón de piedra caliza y tierra baldía, ahora era una jaula de 96 acres suspendida sobre un paisaje onírico.
Se podía ver la silueta de la ciudad desde allí; la Catedral, el Capitolio, la torre de la compañía elécrica. Le indicó a su bebé estos lugares, ayudándolo a señalar con su bracito cada sitio. Quería que recordara ese lugar cuando fuera grande.
¿Podría su esposo observarlos desde su celda? ¿Le permitirían, en las noches, escapar la mirada hacia las luces de la ciudad? Probablemente no. Pasaría sus días mirando a una pared mohosa tatuada con las historias de presos anteriores. Debería empezar a escribir la suya también allí.
Le gruñeron que debía seguir avanzando, había quedado rezagada.
El descenso fue difícil, los escalones eran resbaladizos, el aire soplaba fuerte y a intervalos. Nadie hizo ademán de ayudarla y hubo de detenerse más de una vez a recuperar la estabilidad. La gente bajaba en silencio, y en sus caras apagadas se podía ver tanto la desesperanza como la resignación. Los guardias los escoltaban con sus escopetas al hombro. Monstruos.
Los llevaron hasta un ferry que esperaba anclado en un pequeño muelle para llevar a los familiares de regreso. Se detuvo justo antes de abordar para ver de nuevo aquel edificio trágico y hermoso. Era prepotente, irreverente, absoluto. Impune. Se sintió pequeña y se persignó, pidiendo el perdón por aquella mole de concreto.
Empezó a llover.
El camino de regreso se hizo más llevadero. Los familiares miraban hacia atrás y lloraban, o maldecían en silencio. Ella solo estaba interesada en mostrarle a su bebé lo hermoso, para que recordara; la temperatura del agua, las gaviotas volando a baja altura en busca de peces, el vaivén despacio de la nave mientras se acercaba a las costas de la ciudad. Y la cárcel de Sin Sing, orgullosa y recóndita, custodiando el lugar desde donde su esposo se pudriría encerrado hasta el fin de los tiempos.
Se despidió de él en lenguaje de las señas, como acostumbraban a decirse las cosas importantes...
Y prometió no olvidar.
Muchas gracias por tu tiempo, estimado lector. Me encanta compartir mis relatos de ficción en esta plataforma.
Esta newsletter es para ayudarte a dominar el oficio, pero también para que disfrutes de mi arte.
Está bien emprender y ganar dinero pero no podemos desligarnos de las cosas que alimentan el espíritu.
Al menos yo no puedo. Ni quiero.
Me encantaría saber qué sensaciones te provocó este relato. Escríbemelo en los comentarios.