Storytelling: Arte, Industria y Oficio.
Storytelling Audiovisual con Dito Ferrer
Emergencia. Un audiorelato de Dito Ferrer.
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Emergencia. Un audiorelato de Dito Ferrer.

Su cuerpo se había rendido. Pero la mente, negada a desaparecer, dispuso de un último recurso. La emergencia.
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Las luces se mueven sobre mi cabeza a toda velocidad. Tengo mareos y la sensación de que me caigo en un pozo profundo. Una máscara me entrega un oxígeno dulce como un refresco, pero el sabor en mi garganta me produce arcadas.

No sé cuanto tiempo llevo aquí. Dos enfermeros trabajan sobre mi cuerpo; aplicando presión, chequeando la temperatura, conteniendo la sangre. Son jóvenes. Una chica y un chico.

Ella toma mi mano entre las suyas y me dice que todo va a estar bien, que estamos llegando.

Tiene manos pequeñas. Quisiera apretarlas pero veo a mi cuerpo desde la pantalla de mi mente, está allí, quebrado, pero aún con vida. Late.

El muchacho es más frío y profesional, me toca con firmeza, tras cada prueba que realiza mira a la muchacha, mueve la cabeza en tono negativo.

Les hablo pero soy incapaz de escuchar mi propia voz. Apenas gorjeos y estremecimientos.

Quisiera pedirles que bajen la intensidad del clima. Sé que tengo mucho frío pero no puedo sentirlo realmente. No siento dolor aunque imagino que deba estar ahí. Por primera vez en toda mi vida experimento la calma. No me gusta, es todo muy sencillo. Se siente como si ya estuviera muerto. Pero no lo estoy, estos chicos están haciendo todo lo posible por mí.

''¡Vamos chicos, no se rindan conmigo!''

Nunca había visto colores tan brillantes. Es un concierto de luces, azules y amarillas y parpadean levemente. Sé que tengo la vista distorsionada por el efecto de los medicamentos pero es un espectáculo digno de ver.

¿Por qué estoy aquí? ¿Cómo terminé en esta caja en movimiento? A lo mejor estos muchachos puedan darme alguna información; quién soy, cómo me llamo, dónde me encontraron.

Es raro pero puedo mirar más allá de las luces y escuchar los más apagados sonidos pero no puedo recordar mi nombre. ¡Si estos son efectos secundarios de experimentar calma, que se detengan de inmediato! Es como si solo fuera un pedazo de vida que arrojaron en una camilla a esperar su turno. Lo peor es que ni siquiera me molesta. No tengo nada a lo que aferrarme.

Nos hemos detenido. Los enfermeros miran por las ventanillas. El muchacho hace enérgicos gestos con sus manos a alguien o a algo que se encuentra allá afuera. La muchacha permanece más tranquila, examina mi cuerpo una vez más, toma mi mano derecha con la suya mientras se acomoda el pelo dentro del gorro con la que le queda libre. No la conozco pero puedo decir que está nerviosa.

Los enfermeros se comunican por radio con alguien más. Exigen explicaciones. Alguien responde. Una enérgica protesta, aún más explicaciones a intervalos los desarma y los deja tranquilos y resignados. Se impone el silencio.

Y mi cuerpo colapsa.

El acompasado concierto de luces azules y amarillas se transforma en un caos rojo. Las luces parecen gritarnos algo. Si tan solo pudiera entender lo que me dicen. Los enfermeros se mueven rápido, sus rostros se cierran tras una capa de protocolo y de entrenamiento. Ya no puedo adivinar lo que piensan, solo puedo ver como trabajan.

Rasgan lo que queda sano de mi camisa y palpan mi tronco.

Mi cuerpo se tensa y se contrae. Luego se detiene.

Regresa el espasmo, con más fuerza. Entiendo lo que sucede, mi cuerpo quiere cerrar, acabar con el sufrimiento. Pero mi mente se lo niega. Tiene esperanza. En el centro de ambos estoy yo, un testigo, viendo como se escapa lo que me queda de vida. Veo todo desde arriba, como una película.

Soy ajeno a todo, a las convulsiones, al dolor, a la pérdida de este cuerpo. No puedo decir que sienta dicha, tampoco tristeza. Solo la calma, el eterno vacío de la calma.

El mundo se va oscureciendo a mi alrededor mientras mi cuerpo va perdiendo las fuerzas. Mi muerte se aproxima. Mi mente no lo permitirá jamás, está programada para buscar una salida, para dar un paso más hacia la luz, hacia el dolor. No quiero regresar. Se siente bien aquí donde estoy ahora, creo que puedo encontrar belleza dentro de este vacío. Se lo digo a mi mente para que aproveche sus últimos momentos de conciencia pensando en algo positivo mientras miro a mis enfermeros aún batallando con mi cuerpo ausente.

"Ya déjenlo, muchachos, no vale la pena.''

He dejado de estar.

Pero, justo antes de desvanecerme entre el espacio que existe entre el pasado y el presente registro algo que no esperaba. Un recuerdo. Llega como un latigazo, un destello, un último recurso de una mente moribunda. Llega todo, de golpe.

Quien soy.

El porqué estoy aquí.

Lo que sucedió.

¿Estarán vivas...?

Y empieza un martilleo terrible de frases que se superponen, momentos que se repiten en bucle: un rápido giro a la izquierda, los frenos que no responden, el impacto con otro vehículo. Y dos nombres, girando a alta velocidad, hasta el extremo de fundirse en uno solo:

Juliana, Sofía, Juliana, Sofía, Juliana, Sofía. ¡Mis hijas!

¡¡Tengo que regresar!!

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